sábado, 17 de abril de 2021

RETRATOS PERSONALIZADOS

      

EL RINCONCICO  DE LA TIA VICENTA
Retrato éste, entrañable con mi primera cámara y en blanco y negro ( para más entonces no me daba) de  mi madre, la tía Vicenta, la Chota, que está sentaica  en el portal de su casa  haciendo su interminable ganchillo y que me ha traído a la memoria el recuerdo que contarles quisiera.

     Está hecho en la Cárcama, oficialmente calle Corazón de Jesús 28, junto a la placeta, de toa la vida Vázquez, que casualidades de la vida o no ,vino a llamarse de don Ángel el que fuera  ilustre médico, mentor de la familia y padre del que sería su gran maestro . Del rebaje de parte del huerto de don Nicolás, derruido el  trocico y pajar  de mis abuelos Cristóbal y Teresa que  vivían en la casa de enfrente, allaico  de los Pinas , daba un toque especial al lugar de marras rompiendo el trazao lineal de la calle entre hormas  y puertas toscas de tiempos ha.

     Pero… se nos fue la abuela, la calle quedó muda  y el sitico, sin su guarda. Al poco de faltar ella  fue a desaparecer como si quisiera acompañarla.

     Era balconico de la más grande plaza, su señoría en su trono de enea con su delantal como manto. Ropa oscura pues de color a qué santo y una sonrisa de oreja a oreja. La  virgen que pintó mi señora, en fiestas, en un portón de aquellos parece que velaba por ella. Se iba y allá que dejaba la sillica con su  canastillo de labores o lanas, olivas y nueces, habas o lo que terciara que lo suyo era darle al palique pero que las manos siempre estuvieran ocupaicas con algo y no parar, prenda. No hacía falta decir que ni los coches a la chita callando ni aparcaban; a lo  mejor algún veraneante despistao que al saberlo pronto ahuecaba el ala. Bien que lo sabían los gatos, tan caseros y listos ellos; en cuanto podían allá que los veías, bien repantingaos y  vigilantes de que ningún  chucho se acercara o lo ensuciara. Ella mucho lo mimaba y bien  faldegaico que lo tenía; la primera faenica de la mañana era barrerlo y  refrescarlo con agua. Quedaba que ni pintao y  bien resguardaico del aire en un interminable ir y venir de caballerías, mulicas mecánicas y trajín  de personas; toda una procesión imparable a la plaza que allí tenía su particular descansador. Con decir que hasta cuando llovía, el ailà  que bajaba allá  que hacía sus remolinos en un curioso azud, inexplicable pa  mi padre que enfrente había nacio  y que entre maldiciones le iba obligando a subir más y más el tranco. 

     Allá que me veo saliendo a escuchar, más clarico el bando, la música que bajaba por el  cercano portalico y el trotar de mulas y frenazos en la curva. Uno que te venía con tomates el otro con la última noticia; entonces, ¡todo se compartía!  Venía a ser el rincón de la lumbre del día donde toquisqui venía a arrimarse y contar la suya.  Igual se hablaba ahillero que valenciano, del pueblo o de los que se habían ido. Había que decir lo que fuera o si no te replicaban. Tocristo tenía que ver y allá que se juntaban, taponando la marcha, cuando venía tratante o viajante más que en la placeta. La fuente cercana donde personas y animalicos  abrevaban  venía a ser como la llamada a acercarse a  aquel  placentero fuego de campamento, contando cómo les iba, con o sin prisas,  ante aquel umbral que les llamaba.  Horas a la fresca  especiales y al invierno, la puerta  que siempre quedaba entorná invitaba a pasar adentro donde  resguardaicos  del frío continuar charras y encuentros. Si estaba cerrá oías como la llamaban voceando a que acudiera: ¡Tenta! ¡Vicenta ¡Entra que enseguida bajo! ¡Entrad  a guareceros, que hace frío!... 

         Y así, hasta  convertirse, con to merecimiento, en el  Rinconcico de la Tía Vicenta

De pequeños, en la escuela, nos castigaban al rincón ¡Cuan lejos de todo estaba ella que a tos arreplegaba a su vera!  En la vorágine actual de la vida  no se comprende; eran cosas de antes, dirán pero conste que nos enseñaron a saber situarnos ante ella, a merecerla  y mejor respetarla. Y diré que cada uno a su rincón y ya vale de arrinconarnos que todos tenemos un sitio y una abuela ¿no? 

      Por los rincones de la memoria de muchos quedan ahora sus trastos y charretasla Rinconete y Cortadillo, sus pasticas y literatura,  la de imágenes en color sepia. Propago al cielo, éste su  rinconcico del ayer y de su historia para decirle que la echamos y lo echamos muy en falta. Como cuando me la traía a Tarragona que barruntándolo,  de tanto en tanto se asomaba al balcón para buscarlo. Pues allá que he salido para mirando a lo alto  enseñarle este mi humilde escrito en su homenaje y con lágrimas dedicárselo. 


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