Está hecho en
Pero… se nos fue la abuela, la calle quedó muda y el sitico, sin su guarda. Al poco de faltar ella fue a desaparecer como si quisiera acompañarla.
Era balconico de la más grande plaza, su señoría en su trono de enea con su delantal como manto. Ropa oscura pues de color a qué santo y una sonrisa de oreja a oreja. La virgen que pintó mi señora, en fiestas, en un portón de aquellos parece que velaba por ella. Se iba y allá que dejaba la sillica con su canastillo de labores o lanas, olivas y nueces, habas o lo que terciara que lo suyo era darle al palique pero que las manos siempre estuvieran ocupaicas con algo y no parar, prenda. No hacía falta decir que ni los coches a la chita callando ni aparcaban; a lo mejor algún veraneante despistao que al saberlo pronto ahuecaba el ala. Bien que lo sabían los gatos, tan caseros y listos ellos; en cuanto podían allá que los veías, bien repantingaos y vigilantes de que ningún chucho se acercara o lo ensuciara. Ella mucho lo mimaba y bien faldegaico que lo tenía; la primera faenica de la mañana era barrerlo y refrescarlo con agua. Quedaba que ni pintao y bien resguardaico del aire en un interminable ir y venir de caballerías, mulicas mecánicas y trajín de personas; toda una procesión imparable a la plaza que allí tenía su particular descansador. Con decir que hasta cuando llovía, el ailà que bajaba allá que hacía sus remolinos en un curioso azud, inexplicable pa mi padre que enfrente había nacio y que entre maldiciones le iba obligando a subir más y más el tranco.
Allá que me veo saliendo a escuchar, más clarico el bando, la música que bajaba por el cercano portalico y el trotar de mulas y frenazos en la curva. Uno que te venía con tomates el otro con la última noticia; entonces, ¡todo se compartía! Venía a ser el rincón de la lumbre del día donde toquisqui venía a arrimarse y contar la suya. Igual se hablaba ahillero que valenciano, del pueblo o de los que se habían ido. Había que decir lo que fuera o si no te replicaban. Tocristo tenía que ver y allá que se juntaban, taponando la marcha, cuando venía tratante o viajante más que en la placeta. La fuente cercana donde personas y animalicos abrevaban venía a ser como la llamada a acercarse a aquel placentero fuego de campamento, contando cómo les iba, con o sin prisas, ante aquel umbral que les llamaba. Horas a la fresca especiales y al invierno, la puerta que siempre quedaba entorná invitaba a pasar adentro donde resguardaicos del frío continuar charras y encuentros. Si estaba cerrá oías como la llamaban voceando a que acudiera: ¡Tenta! ¡Vicenta ¡Entra que enseguida bajo! ¡Entrad a guareceros, que hace frío!...
Y así, hasta convertirse, con to merecimiento, en el Rinconcico de la Tía Vicenta
De pequeños, en la escuela, nos castigaban al rincón ¡Cuan lejos de todo estaba ella que a tos arreplegaba a su vera! En la vorágine actual de la vida no se comprende; eran cosas de antes, dirán pero conste que nos enseñaron a saber situarnos ante ella, a merecerla y mejor respetarla. Y diré que cada uno a su rincón y ya vale de arrinconarnos que todos tenemos un sitio y una abuela ¿no?
Por los rincones de la memoria de muchos quedan ahora sus trastos y charretas:
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