Historia ésta de un encuentro que
me dejó, nunca mejor dicho, a cuadros, con la fina ironía que pretende
y que ha terminado siendo el reencuentro de ambos con nuestra tierra de origen. Tras el preámbulo
vayamos con el relato
Un atardecer de rutina bajando a Paquito, mi perrito, a
pasear y veo a nuestro amigo vagabundo de la zona que parece haber hecho buen acopio de las piezas
cobradas en los contenedores de basura frente de casa. "Vaya no les ha
dejado nada a los rebuscadores asiduos ", me digo. "Venga, Paquito, no
te entretengas que tu panda canina te espera en el parque" le digo. Ambos
nos habíamos quedado parados contemplando
al buen hombre arrastar su carromato
hasta uno de los bancos de más alla, en
donde comienza a sacar y limpiar un
cuadro. "¿Qué rastreas? ¡Es nuestro
amigo en sus quehaceres! ¿Qué te ocurre?". Y en éstas que me fijo
en lo que parece un viejo lienzo en un vetusto marco. Y el corazón me da
un vuelco "Eso, eso que veo es... ¡la Cuesta de San Joaquín, de mi
pueblo! ¿Será posible?". Saludamos al hombre que esta vez hasta parece felicitar
al animal mientras que mis ojos se
emocionan con la pintura desgastada por el tiempo y hasta con agujero incluido.
Compruebo que de verdad se trata del vivo retrato de una de mis imágenes de
correrías infantiles y que viene hasta firmada
por un tal Pérez Cervera del que las redes así hablaban: Roberto Pérez
Cervera (1923-2011) Tenía 13 años cuando ingresó en la Escuela de Artesanos de
Valencia. Frecuentó diversos grupos de pintores como la Peña el Conill, el
Micalet o el Ninot. Ingresó en 1957 en el Círculo de Bellas Artes de Valencia y
en Enero del 2006 en la Agrupación de Acuarelistas Valencianos. Su hijo, acuarelista,
continúa...
Le cuento de mi pueblo natal, de sus paisajes y sus gentes.
Finalmente me lo cede agradeciéndoselo con una muy buena propina de tan alegre que estaba. Qué casualidad,
¿no? La vida te da sorpresas como canta la canción...
Y fui a incorporarlo a mi particular museo etnológico de la terraza,
pequeña colección de aperos de labranza y objetos
del recuerdo. Buscándole un lugar destacado lo pongo a presidir el porche bajo el que asiduamente leo y escribo. Enseguida
pasa a ser mi colega y la inspiración ilustrada para seguir relatándoles de mis cosicas de
antaño. De tanto en tanto me asomo a ver el discurrir de coches hacia el
sur como oteando aquellos paisajes
serranos y me dan unas ganicas del pueblo, que no veas.
Poco nos dura el arriendo que mi vida da un vuelco y debo
marchar. No sabiendo a dónde parece que me señale subir aquella su cuesta como si fuera él. Me veo obligado a separarme de
mi casa y de mi refugio. Le dejo a
cargo de mis recuerdos por un tiempo. Al
volver, la terraza está marchita pero él sigue más radiante si cabe. Le comunico que allá nos vamos definitivamente. Ojala pudiera llevármelo
todo, debo elegir y tú que no faltes. En
el traqueteo del viaje parece que bailes.
Al llegar, como no,
le hago la foto donde nació. Le
explico que allí al igual que aprendí entre porrazos a montar en bici estoy reemprendiendo
una nueva vida. Y le enseño mi calle de la Mortera de la infancia y el bancal
de san Joaquín que estaba abandonado y ahora hasta he plantado frutales. Prueba
gráfica de mi renacimiento del que fuiste inspirador. Será nuestra nueva terraza donde te pondré en otro pedestal como testigo
plástico de nuestra vuelta a Chelva. Como
diría la musa de mis relatos: ¡Gracias, Prenda!
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