martes, 20 de abril de 2021

AQUELLOS AZARES DE ENTONCES HOY CASTIGADOS



Aquellos azares de entonces hoy castigados

             En ésta mi encomienda de relatarles de nuestra memoria  y antes de verme castigado al rincón por  los actuales influencers y gurús de lo sostenible, lo políticamente correcto e inclusivo, vaya el presente relato, confesión de nuestros pecados de entonces. El decálogo de penitentes reos de una época que reconociéndolos espera de sus Señorías, sabia indulgencia. Con su venia, comienzo           

            Primero. Confesarles  el ser analfabetos-as  en lo del culto al cuerpo. La mayoría nunca fuimos al gimnasio  que ni los había  y el deporte sólo lo coleccionábamos en cromos. Nos sobraba  con la "magnesia", mote que le dábamos a la educación física, que por entonces consistía en obligadas  tablas gimnásticas a toque de silbato luciendo camiseta imperio y pantalón corto. Friquis  y en total fuera de lugar con los diseños y ejercicios chic actuales, no cabe duda. De la salud nos decían que la delgadez era insana  y signo de pasar hambruna y enfermedades; en cambio estar rollizo era saludable. Beber era bueno y nos haría mejor sangre y unos machotes que hasta teníamos el kina san clemente que daba ganas de comer. Por supuesto que fuimos castigados y  no con una sino varias  pandemias: la viruela, rubéola, meningitis pasando por vacunaciones al trapo que daban calenturas  y marcas.   Remedios y remiendos varios: un trenque lavarlo y  mercromina, cataplasmas del curandero de la calle y sudar  en la cama. Leche con coñac, brebajes del boticario, los supositorios certeros o las inyecciones con mayúsculas. Lo de ir al  médico  sólo en casos muy graves que por algo le llamábamos  el matasanos.  La Higiene no pasaba de ser una  asignatura. Pero no faltaba el baño semanal en el  barreño aunque con agua justa y jabón casero; colonia y cambio de muda con aromas de almidón, naftalina  o  hierbas del armario.

            Segundo. Nuestro vicio por el tabaco. Es que  fumar molaba y el cine y anuncios así  lo contaban ¡Si hasta el Carpanta de los tebeos  pa comer no tenía pero la colilla no le faltaba! El primer cigarro, en pandilla, aún imberbes y a escondidas fue nuestra gran  revolución Hacerlo delante de tus padres  la gran emancipación. Los porretes  eran cosas de hippies y estaban en otra onda, conste.  Quedaron memorables colilleros del coche a tope y  fumeteo en la disco o el de después de eso que tú sabes  y mejor sabe. Disculparán el eufemismo y la ironía que delatan nuestra aprendida  jerga para escapar de las censuras. Fuimos marcados a fuego  entre los humos de cigarros liaos,  celtas, ducados e ideales. Con boquilla, más finos y rubios pasándose a  cigarrillos. Tabaco  negro, hechos  por nuestra Tabacalera  desplegando bandera  y  aquellos mecheros  que delataban clase y poderío.

             Tercero. Lo salvajes que resultamos y que los animalistas nos perdonen. Tengan en cuenta que convivíamos con ellos y era normal que en nuestro primitivismo los explotáramos  trabajando o que acabaran en la sartén, en aquellos rituales de la matanza  del cerdo, cabra, conejo o gallina.  De compañía   como mucho el gato y porque ahuyentaba los ratones. Tenían perros sólo los cazadores, los pastores o los señores para guardar sus mansiones. La casa era una granja circular en la que cada uno tenía su misión y la selección natural imperaba.  Los que nacían con algún defecto  eran eliminados, las camadas reducidas para que el resto sobrevivieran, los heridos rematados para que no sufrieran  y los muertos llevados al muladar con gran llanto sabedores de la gran desgracia que suponía. Se avisaba al señor veterinario  sin escatimar el gasto. Les hicimos participar en nuestro ocio  corriendo  o que nos persiguieran, les tiramos piedras cepos y perdigonazos, coger nidos, y hasta  los metimos en  vaquillas  y corridas de toros  en una fiesta nacional donde vitoreábamos a los matadores.

                Cuarto. Haber sido condenados-as  por la alpargata justiciera. Venía a limpiar nuestros males y faltas  como la de   escaparse del alguacil o sereno por robar peras o tocar un picaporte, el burlarse de algún abuelo  o hacer novillos. El saltarnos la vez, el sisar algo de comida  o alguna moneda. Haber suspendido o  el simple me han dicho que  te has portado mal.... Y chitón  antes de que sacara la correa el juez padre. Nacimos torcidos así que tuvieron que rectarnos  de lo lindo. De manera que ya de mayorcete  estábamos entrenados para correr delante de los grises  y hacer nuestra transición a la libertad. El pánico y el escozor ya no duelen y sí recordamos a nuestros mayores con el respeto que era menester. Ya ven

               Quinto. Haber viajado de aquellas maneras, saltándonos todos los protocolos de rigor  Entre  los traqueteos, demoras y  embates de trenes borregueros  en los que había hasta clases. Haber montado  a lo bestia en burro mulo, caballo  o  conducir el tractor por caminos polvorientos, sin señales ni carné. Tirarnos por las cuestas en bici  sin casco ni frenos Ir como las sardinas  en guaguas, camiones y utilitarios, mil veces reparados, por carreteras llenas de curvas y baches, sin aire acondicionado tras horas sin parar. Ir de paquete en el "escúter" y sidecar pelándome de frío. El  sentirnos paletos astronautas de película cuando por fin pudimos volar en avión

                 Sexto. Deber nuestra formación a la escuela de la letra con sangre entra desde chiquitines y sin miramientos  Aprender a nadar tirándonos al río  y ver si flotabas. Secarse al sol y nada de cremitas  protectoras. Graduarnos en el trueque  y comprar a granel; cambiar los envases  y envolver con periódicos y tela; contar  hasta las perrillas  y cuidar las vueltas. Caligrafía, enciclopedias y  las cuatro reglas. Convertirnos en reos del estudio con la obligación de tener buenas notas  y  hasta alcanzar medias  para poder tener futuro y escapar del fracaso. La malicia de hacernos chuletas para copiar que eran verdaderas obras de arte y que al final no sacabas por  miedo a ser pillado y acabar ante la regla o el rincón. Así que veíamos al maestro, al abuelo o al padre como un Dios a los que seguir en cuerpo y alma.  Si les fallabas  te quedaba el morderte la lengua y no llorar o quedabas como lelo y escuchar  el "a ver si aprendes". Una oportunidad más para labrarnos un porvenir así que nos lo sudamos más si cabe.

                 Séptimo. Ser unos ignorantes que se distraían con cualquier cosa y primitivos  medios. Escuchábamos la radio. Lo caro que resultaban cintas y discos  y que repetíamos y pirateamos,  atentos a grabar antes que el locutor te chafara la pista. Aún canturrear melodías de verbenas carcas e imitar aquel  chau chau de nuestro inglés troglodita. Ver una tele en blanco y negro, en familia, con sólo dos cadenas y  horas limitadas peleándonos con  la antena. Ir a verla a casa de la vecina o pagando en el Teleclub. Haber leído fotonovelas y novelas de bolsillo. Emocionarnos con la llegada de   circos y varietés. Dedicar horas cambiando cromos y tebeos,  jugar con chapas y tirados en la calle sin supervisión. Jugar a cartas y juegos de sobremesa. Hacer cabañas y huertos...

              Octavo. Que nos dejamos explotar sin remisión.  Faltamos a la escuela  por ir a recoger aceitunas o vendimia. Aplaudimos las invasiones veraniegas de los  señoritingos de ciudad. Nos peleábamos por coger los caramelos  que nos tiraban. Nos dejamos vestir sin protestar con ropas heredadas mil veces remendadas. Bañarnos en insalubres balsas y  acequias  y tener que  esperar a hacer  la digestión. Aguantar el calor  a base  de polos  de hielo, abanico y el frío con la franela el brasero o la lumbre, la manta y pana. Sufrir miedos  y fantasmas  que hoy  harían las delicias de  los psicólogos al abandonarnos  por momentos a ir a nuestro aire  y así espabilar... Entre recados y quehaceres , obligaciones mil. y a escape, cuando no trabajar a destajo. Los derechos nos conformábamos con que fueran el ir así por la vida.

              Noveno. Regirnos por reglas ancladas en el pasado de la obediencia debida. Catequesis y formación del espíritu nacional. OJE y Acción Católica. Manual de buenas maneras, protocolo y urbanidad. Saludar a todo el mundo y el decoro. La buena educación y el  respeto. El qué dirán y el saber estar. Todo un envoltorio de cosas que ahora destapa nuestras carencias en  ídolos y seguimientos culturales,  llegar tarde al reciclaje  y comida rápida. A  ser malos ante la vorágine tecnológica actual, cuestiones de género e igualdad. Desfasados más que nunca.

              Décimo y último. Asumir otros delitos no por menos menores que puedan añadir a la lista. Como el haber hecho la mili, escribir cartas y enviar postales, prestar libros en la biblioteca, comprar a plazos una enciclopedia y ser socios del Círculo de lectores. Llamar por teléfono desde la centralita, cabina o casa de la vecina. Marear a la gente para preguntar la dirección. Llevar navajas y mistos. Matar la horas a la fresca o delante la lumbre Acarrear pesadas cámaras de fotos y video  y gastarnos un  pastizal en el revelado y discos entre maldiciones cuando las cintas se enganchaban. Releer fotonovelas y revistas  en  las esperas. No ponernos cremas ni de sol que los potingues eran para las féminas. Que ligábamos con las chicas a lo bruto, persiguiéndolas  o sacándolas a bailar. Que se nos escapan aún los piropos y que nos gustan los chistes verdes, de gangosos  y gitanos... Y más piedras que dejamos por el camino y que asumimos  pues han cimentado nuestras vidas.

 

             Para terminar el alegato permitan,  la antecrítica con la que decirles que más vale ponerse una vez colorado que ciento amarillo- El que se pique que se rasque  que el hoy es discípulo del ayer.

 

Francisco Torralba Lopez

Marzo 2021

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